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El carnicero se echa un cigarro

Las vistas urbanas permanecen inmutables pese a las remodelaciones que de vez en cuando los ayuntamientos emprenden. Llevo viviendo más de treinta años en esta ciudad y puedo asegurar que las inmediaciones de la iglesia de La Asunción siguen igual que las vi la primera vez: las palmeras ya se erguían en su afán por emular la alta torre, en los bancos de metal se sentaban las madres mientras vigilaban los juegos de sus hijos, y los viejos a contemplar el ajetreo comercial de las calles del centro y de las tiendas de alrededor… Hoy la iglesia permanece intacta, y la plaza, con sus arriates verdes y sus bancos ocupados, son los mismos. Lo que ha cambiado son la frecuencia de los ritos religiosos que se celebran en el interior del recinto eclesiástico. Estas reflexiones me surgieron después de la conversación que mantuve con el dependiente de una carnicería, cuyo establecimiento se ubica en la pequeña plaza situada al lado de la iglesia. Había entrado en la biblioteca a dejar un libro ...

Sara

  — Seguro que este cabrón no llama. Eso ya me lo sé. Las últimas señoras y hombres solitarios abandonan la carnicería con sus compras para el fin de semana. Los odia y, a la vez, le dan risa. Ellas, sorprendidas: esas horas y sin comida. Ellos, con la angustia de estar sin víveres para el sábado y el domingo, y tener que tomarse bocatas aceitosos y menús baratos en bares de mala muerte, o discurrir cómo apañárselas con los huevos que aún quedan en la despensa. Está harta. Desea escapar. Recoger y fregar todavía. ¿Es que no tiene fin este jodido día? El sonido de la caja registradora le parece la batería de Judas Priest; las voces de las clientas para pedir vez, gritos del cantante de Iron Maiden; el cuchillo afilando, un solo de guitarra; la voz del jefe, chillidos de Keen Murgy y la respuesta de las empleadas, el coro de espectadores que le responden que las deje en paz. Estaba dispuesta a lanzarle cualquier día un mazacote de carne picada. Qué imbécil es el pobre. Se limp...

22. Buscar cinco pies al gato

  —… en realidad, solo los molestaremos unos momentos para formularles unas preguntas. A la faz de Escaleras regresaron la serenidad y el equilibrio muscular proporcionados in extremis por el hallazgo súbito de la palabra y la expresión justa, que lo ayudaron a huir del atolladero por el que se dirigía, fruto de la inconsistencia y la turbiedad de sus intenciones. El dominio del lenguaje, la fiera indomable, era para él una batalla permanente que le llevaba a desear lograr coherencia y luminosidad en su discurso. Momentos había en los que por su boca solo fluían oraciones simétricas y redondas, con una naturalidad y una claridad mental digna del más elocuente orador. Eran instantes que saboreaba con fruición. Orgulloso, olvidaba las veces en las que se atascaba, en las que las palabras, cuyo perfil significativo era inseguro, huían de la pronunciación, retirándose al reino del olvido, como duendes que se dejan ver cuando desean y, si no, se ocultan juguetones. Con ser harto inco...