9. El alto, el bajo y el gordo Eran las doce pasadas. Entraron en el despacho del decano y en ese momento sonó el teléfono. Severino se sentó en un sillón frailuno y los otros en sillas de madera noble, un tanto incómodas, en opinión de Ambrosio, como si las hubieran dispuesto delante de la mesa del mandatario con el ánimo de que los visitantes abreviaran sus exposiciones y demandas. La estancia era bastante oscura, teniendo en cuanta la luminosidad de los pasillos. Las únicas ventanas por las que entraba la luz se situaban casi al borde del techo y su presencia no lograba iluminar las apagadas paredes en las que colgaban sombríos cuadros que Ambrosio consideró decimonónicos; sin embargo, al acostumbrarse sus ojos a las tinieblas, comprobó que sus motivos eran abstractos. La mesa del despacho se asemejaba, por sus dimensiones, a la de un billar. Pese a su amplitud, a Severino le parecía faltar sitio donde ubicar todo el material. La pared frontal estaba ocupada por una gran b
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