Viajaba contento y muy excitado en un Renault 4 camino de Salamanca, donde había estudiado en su renombrada universidad. Estaba eufórico porque era viernes, día laborable a todos los efectos, y tenía la sensación de estar escaqueándose del trabajo, si bien su ausencia era justificada: se examinaba de una asignatura de la nueva carrera que había iniciado. Sí, a sus treinta y pico años, después de unos cuantos dedicados a la docencia, sentía nostalgia de su época estudiantil y había decidido reemprender su antigua actividad comenzando los estudios de Psicología, ahora con el propósito de aprender por placer. Aunque le pareciera a veces un espejismo, pensaba, por las asignaturas que había ido aprobando, que era un alumno brillante. Sin lugar a dudas, las notas hasta el presente confirmaban esa realidad, no obstante, intermitentemente, se acordaba de que el expediente de su anterior licenciatura había sido mediocre. Pero en esa etapa de su vida era distinto: creía ser una persona madura
— Seguro que este cabrón no llama. Eso ya me lo sé. Las últimas señoras y hombres solitarios abandonan la carnicería con sus compras para el fin de semana. Los odia y, a la vez, le dan risa. Ellas, sorprendidas: esas horas y sin comida. Ellos, con la angustia de estar sin víveres para el sábado y el domingo, y tener que tomarse bocatas aceitosos y menús baratos en bares de mala muerte, o discurrir cómo apañárselas con los huevos que aún quedan en la despensa. Está harta. Desea escapar. Recoger y fregar todavía. ¿Es que no tiene fin este jodido día? El sonido de la caja registradora le parece la batería de Judas Priest; las voces de las clientas para pedir vez, gritos del cantante de Iron Maiden; el cuchillo afilando, un solo de guitarra; la voz del jefe, chillidos de Keen Murgy y la respuesta de las empleadas, el coro de espectadores que le responden que las deje en paz. Estaba dispuesta a lanzarle cualquier día un mazacote de carne picada. Qué imbécil es el pobre. Se limpia l