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Sara

  — Seguro que este cabrón no llama. Eso ya me lo sé. Las últimas señoras y hombres solitarios abandonan la carnicería con sus compras para el fin de semana. Los odia y, a la vez, le dan risa. Ellas, sorprendidas: esas horas y sin comida. Ellos, con la angustia de estar sin víveres para el sábado y el domingo, y tener que tomarse bocatas aceitosos y menús baratos en bares de mala muerte, o discurrir cómo apañárselas con los huevos que aún quedan en la despensa. Está harta. Desea escapar. Recoger y fregar todavía. ¿Es que no tiene fin este jodido día? El sonido de la caja registradora le parece la batería de Judas Priest; las voces de las clientas para pedir vez, gritos del cantante de Iron Maiden; el cuchillo afilando, un solo de guitarra; la voz del jefe, chillidos de Keen Murgy y la respuesta de las empleadas, el coro de espectadores que le responden que las deje en paz. Estaba dispuesta a lanzarle cualquier día un mazacote de carne picada. Qué imbécil es el pobre. Se limpia l
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El carnicero se echa un cigarro

Las vistas urbanas permanecen inmutables pese a las remodelaciones que de vez en cuando los ayuntamientos emprenden. Llevo viviendo más de treinta años en esta ciudad y puedo asegurar que las inmediaciones de la iglesia de La Asunción siguen igual que las vi la primera vez: las palmeras ya se erguían en su afán por emular la alta torre, en los bancos de metal se sentaban las madres mientras vigilaban los juegos de sus hijos, y los viejos a contemplar el ajetreo comercial de las calles del centro y de las tiendas de alrededor… Hoy la iglesia permanece intacta, y la plaza, con sus arriates verdes y sus bancos ocupados, son los mismos. Lo que ha cambiado son la frecuencia de los ritos religiosos que se celebran en el interior del recinto eclesiástico. Estas reflexiones me surgieron después de la conversación que mantuve con el dependiente de una carnicería, cuyo establecimiento se ubica en la pequeña plaza situada al lado de la iglesia. Había entrado en la biblioteca a dejar un libro

No dejabas de mirar

  No dejabas de mirar, estabas sola Completamente bella y sensual Algo me arrastró hacia ti como una ola Y fui y te dije "hola, ¿qué tal?" “ Gavilán o Paloma”, canción compuesta Rafael Pérez Botija Estaba sola, apartada un poco adelante de la barra del bar, en las áreas iluminadas que cambiaban sucesivamente conforme giraban los focos de la pista. Aparecía por un momento y luego su zona quedaba en penumbra. Era como una diosa mulata, pequeña, sinuosa, con la cara triste de una niña castigada. El miedo a que no estuviera allí en el próximo recorrido del haz de luces paralizaba al joven situado al lado contrario de la pista de baile. Parecía hallarse en una hornacina rodeada de botillería. A veces apoyaba una mano en la barandilla que separaba la zona alta de la barra del resto de la discoteca. En su mano mantenía un vaso alto del que sobresalía una pajita con la cual sorbía pequeños tragos. Para ello inclinaba la cabeza hacia la mano. Podía adivinar una raya que s

Nadie lo esperaba en la estación

Estar sentado en la boca de una cueva viendo cómo llueve y estar sentado en un banco protegido por la cornisa de la gran estación de trenes de Barcelona es lo mismo. Es la sensación de protección contra las inclemencias, ya sea la lluvia, el viento, el sol molesto o la nieve fría. Pero sobre todo, es la complacencia del tiempo muerto, en el que el transcurrir de los minutos, las horas y los días no importa. No importa que el jornal no corra, porque no se necesita dinero para sobrevivir. No sabía por qué estos pensamientos acudían con frecuencia mientras permanecía sentado en ese banco que había terminado por pertenecerle a él, un vagabundo, y a los que podía llamar sus compañeros. Los tres dejaban pasar el tiempo sentados viendo la cara de los viajeros que llegaban y la espalda de los que salían. Ese lado de la estación se encontraba protegido de las ventoleras inclementes y del sol que solo les acariciaba con sus rayos, como mucho, hasta los pies, con una agradable sensación en invi

Cerrado hasta nuevo aviso

Cerrado hasta nuevo aviso No llevaba mucho tiempo subido a la escalera apoyada en el poste ni gateando por el suelo en busca de las cajas antiguas del cableado de teléfono, pero percibía con claridad que el trabajo era duro y que el oficio que había elegido no era tal y como él lo había imaginado mientras cursaba Formación Profesional. Nada de montajes industriales ni de cuadros inmensos de oficinas, nada de ferias comerciales en las que poner en marcha todo el sistema eléctrico. Lo único que había encontrado al poco de obtener el título era instalar fibra óptica por la comarca más apartada de la provincia. Con el paso de los años el cableado estaba llegando a los rincones más recónditos gracias a las subvenciones y al deseo de los ayuntamientos de proporcionar oportunidades a los emprendedores locales y de atraer a jóvenes cuyo trabajo se pudiera realizar a través de una conexión rápida. Poco a poco la gente sencilla de estas pequeñas localidades se animaba a solicitar esta nueva con