Observé un paraguas negro abierto sobre la arena mientras recorría la playa del Sardinero. Había algunos bañistas tardíos aún en ese inusual otoño primaveral del que disfrutaban en Santander. Supuse que su dueño sería uno de los que se bañaban. Recorrí el arenal y regresé. Al llegar de nuevo a la altura del paraguas, me detuve. Seguía abierto. A su resguardo se hallaban lo que supuse eran unas pertenencias. En ese instante, miré al agua y ya no divisé a nadie. La imagen de ese paraguas solitario me inquietó. No encontraba ninguna explicación relativa a su abandono. Uno de los nadadores no se hallaba lejos. Se había enfundado un albornoz color crema y contemplaba los navíos anclados en alta mar esperando su turno para entrar a puerto. Se trataba de una persona mayor, aunque su cuerpo bronceado mantenía una apariencia atlética. — ¿Sabe de quién es ese paraguas? —le pregunté. Me miró un instante antes de responder, como si en ese breve lapso de tiempo tratara de adivinar la proced...