No acababa de apreciar con claridad las demostraciones de cariño de Bárbara y se torturaba con el titubeo de si simplemente se las prodigaba como consuelo o si eran imperceptibles señales de que sentía alguna atracción por él. Se había entregado al destino de lo inmediato y, aunque la duda persistía, había dejado en manos de la muchacha la iniciativa; si a ella le apetecía algo con él, de sobra sabía que no la rechazaría. Se puso de pie y se movió con torpeza al ritmo de una música excesivamente trepidante para sus gustos. A partir de ese momento, la estrategia sería la de no manifestar sus intenciones, incluso la de presentarse como víctima que ha sufrido tanto que ya solo es capaz de reflejar indiferencia ante el sádico torturador, pensando que hipotéticamente este podría arrepentirse de los sufrimientos infligidos. Miraba cómo el decano había abierto brecha en su batalla por acercarse y abordar a Bárbara. De la trinca le llegaba una abstrusa conversación que consiguió unirlos, a la que él no quiso incorporarse. Quizá Paloma había decidido permitir, viendo que no conseguía interesar por sí sola al decano, que se sumara su amiga y en confrontación parlamentaria dejarla por los suelos para demostrar palpablemente a Seve cuál era más interesante de las dos y si llegado el caso no surtía efecto este plan, pasar a zaherirla sin compasión sacando inoportunamente a la luz asuntillos no muy favorecedores de la personalidad de su contrincante. En el amor todo vale si se consigue a la persona que se quiere. Escaleras no deseaba pensar mal, pero, para él, Paloma era una de esas mujeres que primero sopesan la posición del hombre y luego se dejan embriagar por el atractivo de su carácter, no mostrando muchos escrúpulos en cazarlo si los dones y los parabienes que esperan disfrutar con su dinero son seguros. Le daba asco. Casi todo es perdonable; ahora bien, actuar fríamente de ese modo con el único afán de pillar un buen partido le parecía una conducta de lo más perversa y reprochable. Solo con especular con que a él lo pudieran asediar de ese modo se le ponía la carne de gallina, pues ¿qué se podría esperar de una mujer así?
La natural simpatía que sentía hacia la sensual Bárbara se transformaba en animadversión hacia Paloma. Ambrosio cavilaba acerca de cómo nos forjamos una opinión sobre las personas tan rápidamente, sin conocer los datos fundamentales de su vida y de su temperamento. Nos aventuramos y afirmamos que fulano nos cae bien, a mengano no lo podemos tragar y zutano nos es indiferente, ni fu ni fa. Es posible que en las comunicaciones humanas existan unas fluctuaciones de energía que se armonizan cuando las características son similares o complementarias, mientras que, con otros individuos, esos intercambios no se producen o simplemente se repelen.
No reparó en que Chus se le había acercado subrepticiamente y le había rozado levemente el brazo. En un primer momento creyó que se trataba de otra muestra de cariño de Bárbara, por ser el roce tan leve y cálido.
—¿Ya no te acuerdas de mí o es que no quieres nada conmigo? —le susurró dolido el chivato. Escaleras se vio tan desconcertado que no supo cómo enfocar la situación para no parecer desconsiderado y mostrarse al mismo tiempo felizmente sorprendido—. Veo que tienes amigas que son colegas mías de la facultad.
Y saludó agitando la mano a las dos compañeras. Ellas no mostraron intención de corresponder, como si no quisieran mezclarse con él. A Ambrosio le pareció que se podía establecer una relación embarazosa, sin embargo, no deseaba despachar a Chus después de haber anhelado el encuentro. Lo invitó a tomar algo para granjearse su confianza y para retenerlo a su lado y él aceptó con sumo gusto. Se pidió un azucarado Martini. Los amigos con los que había estado pasaron delante y le dijeron al bar al que se dirigían por si más tarde se sumaba a ellos. El inspector reparó en que Chus no mostró mucho interés por los derroteros que iban a seguir sus colegas, por lo que coligió que el muchacho tenía ganas de hablar y permanecer con él. Incluso, cuando descaradamente dio la espalda al grupo de Seve y lo acorraló junto al rincón de la barra, supo que su intención era desentenderse también de ellos. Escaleras no lo iba a impedir. Notó cómo de nuevo su curiosidad profesional se anteponía ante cualquier otra consideración.
—¡Vaya amiguito que tienes! —inició su deshago Chus—. ¡Cómo se las gasta! Es un maleducado y un bruto. ¡Persona más basta no he conocido! Se cree muy hombre y con derecho a hacer lo que le dé la gana. No le importan los demás. Ya estoy harto de tanta prepotencia. Cualquier día lo voy a mandar a la mierda. ¿Qué se habrá creído?
Ambrosio no sabía cómo disculpar el carácter tan atrabiliario de su colega y, al mismo tiempo, empatizar con Chus. Tampoco creía que mostrarse demasiado condescendiente con el chivato le fuera a dar buenos resultados, pero por todos los medios debía buscar la manera para que le cantara la información que Chomín le había ocultado y hasta, si era posible, indagar más profundamente en ese personaje.
—Tienes toda la razón, pero debes disculparlo por sus modales. Estamos un poco atascados y la información que te solicitaba es de capital importancia para un problema que se nos escapa de las manos. Yo tampoco estoy de acuerdo con esa arrogancia que exhibe, no obstante, cada uno es como es. ¿Qué le vamos a hacer?
Chus saboreaba como un triunfo las explicaciones que a modo de disculpa le acababa de dar Escaleras. Degustaba con fruición la roja bebida dando pequeños sorbos, al mismo tiempo que no paraba de mover el vaso para que los gruesos dados de hielo se fueran deshaciendo.
—Pues yo pienso que hablando se entiende la gente, pero, cuando alguien te viene amenazando e insultando, muy poco puedes colaborar. Él se lo pierde —dijo satisfecho con las explicaciones.
El policía percibía que los ademanes y los sentimientos que exhibía Chus eran contradictorios. Sin querer adoptaba hacia él una actitud sobreprotectora. A pesar de lo que había oído sobre su tendencia sexual, se resistía a tratarlo como tal. Prefería más bien alternar de hombre a hombre. En cambio, su conducta era femenina. También se puso en alerta al considerar la posibilidad remota de que se le insinuara. Los homosexuales le resultaban molestos y, sin llegar a despreciarlos, los rechazaba. No le cabía en la mente que alguien con apariencia de hombre se comportara igual que una mujer. Se salía de los esquemas previsibles y tendía a considerarlos muestras defectuosas o enfermas de la especie humana. Merecían el respeto y la atención que podría requerir una persona con cáncer o un ciego, pero, cuanto más alejados estuvieran de la sociedad, mejor. Aunque aislarlos en guetos tampoco creía que fuera una solución muy solidaria. Posiblemente la respuesta ideal sería admitirlos y no sorprenderse ni rechazarlos, nuestra cultura era como era y no había vuelta de hoja. Con todo, los españoles les iban haciendo hueco dentro de su seno y, tal vez con el tiempo, veríamos pasear a dos muchachos de la mano y besarse sin causar extrañeza. Era cuestión de mentalidad. Al fin y al cabo, la capacidad de adaptación del género humano no tiene límites y, si en otros tiempos y en otras culturas eran normales las relaciones entre seres del mismo sexo, ¿por qué no podía volver a suceder? Menos asumible consideraba la homosexualidad femenina; ahí opinaba que existía vicio y hasta cierto regodeo. Indudablemente, para el inspector, estos asuntos era mejor soslayarlos, pues a veces le producían vértigo y pánico. Pensar demasiado en estos temas era peligroso y era preferible no excavar en las miserias humanas. Argüía que ojos que no ven, corazón que no siente. Por eso no se atrevía a emitir una sentencia condenatoria contundente sobre ellos. En realidad, ante los mensajes que a manera de argumento de su condición lanzaban esos grupos marginales de que existen muchas más personas homosexuales que las que lo confiesan abiertamente y que muchas celebridades lo han sido y son, quién no se ha planteado en alguna ocasión la contingencia de serlo. A él, sin ir más lejos, en una época que no funcionaba con su esposa, buscando razones a su apatía sexual, se le vinieron a la cabeza ideas extrañísimas, como que si no conseguía la erección era porque era del otro barrio. Claro, que la comprobación de si lo atraían y se excitaba con los hombres fue totalmente negativa. Su vista se dirigía a las Bárbaras y no detrás de los Chus o de los larguiruchos Seve.
Escaleras ignoraba si el confidente sabía por qué Chomín le pedía su colaboración. Maquinaba si era oportuno proporcionarle detalles del caso para que el soplón se concienciara de la importancia de su trabajo. Quizá el estudiante se percatara de su relevancia y colaborara abiertamente. No obstante, las dudas se esfumaron por ser él mismo quien le preguntó para confirmar si realizaban pesquisas sobre el profesor de Bellas Artes asesinado. Para Escaleras fue un alivio.
—Conocía bastante bien a Taqui. Sí, al profesor y diputado. Los íntimos lo conocían por Taqui. —Escaleras se mostró sorprendido ante la desenvoltura con la que se refería al asesinado.
Chus deseaba cantar; eso lo vio claro. Era cuestión de tino y de tiempo. Casi suponía que no sería necesario preguntar demasiado. Él mismo hablaría, aunque lo haría poco a poco, según el grado de confianza que le inspirara. La declaración, a modo de desahogo, se iría desnudando de los ropajes más externos hasta llegar a las prendas más íntimas; entonces, solo se vería la crudeza —o la belleza sublime— de la verdad primigenia. Por eso, Ambrosio, comportándose más como un colega que como un inspector, se relajó haciéndole notar que no había prisa. Se interesó por la procedencia de Chus.
—Soy de un pueblecito de Toledo que seguro que no conoces, a pesar de ser muy famoso porque en él nació Fernando de Rojas, el autor de La Celestina. Se llama La Puebla de Montalbán. Es un lugar encantador, aunque cada vez lo piso menos. Mis padres se trasladaron a vivir a la capital, y allí solo permanecen unos parientes lejanos. De todas maneras, aun cuando solo sea una vez al año, me doy una vueltecita, sobre todo en las fiestas del verano. Tengo muy buenos recuerdos de mi pueblo, si bien ya no me quedan amigos.
El otro aspecto por el que creyó oportuno mostrar algún interés eran sus estudios, aunque Ambrosio pensó que era muy arriesgado curiosear en la marcha de esos asuntos, ante el temor de que no fueran muy favorables.
—No me ha ido mal hasta ahora, a pesar de haber repetido primero. Ahora estoy en tercero. La psicología me gusta; bueno, la verdad es que cada vez me voy desanimando más, porque la carrera no cumple las expectativas que yo me había hecho antes de empezar. Con todo, es muy interesante y me ha servido personalmente en muchos aspectos. No ha resuelto mis grandes dudas transcendentales, pero me ha brindado una metodología adecuada para analizar mis problemas y una herramienta práctica de la que siempre puedo echar mano cuando la necesite, aparte de que, claro, todavía me faltan los cursos superiores, que serán los más interesantes. De lo que no me cabe duda es de que, desde el punto de vista profesional, no me va a servir de mucho en el futuro, pues, aunque hay pocas salidas, no valdría para ejercer como terapeuta. De todas maneras, ya que he comenzado voy a terminarla, un título universitario es un título y hoy día, si no llevas uno bajo el brazo, no puedes ir a ninguna parte.
Comentarios
Publicar un comentario