Absorto, fijó su mirada en el camino blanco que ascendía por el valle. La empinada cuesta le supuso un i ntenso esfuerzo al comienzo. La mañana amenazaba lluvia. S olo pretendía dar un paseo para estirar las piernas. Cauto, se arm ó de un paraguas por si arreciaba el aguacero. Antes de alcanzar la cota más alta, a su izquierda se presentó el camino real, cuyo cauce estaba despejado de la maleza que habitualmente lo in vadí a. Cambió de plan: ya no cruza ría la llanura en línea recta hasta alcanzar la fuente. Pensó que, si torcía a la izquierda por la ruta que normalmente no estaba libre , el recorrido sería circular y se adecuaría al tiempo que deseaba dedicar a realizar ejercicio. Siguiendo esa senda, esperaba hallar el camino que unía el pueblo bajo con el pueblo alto. Como era previsible, hubo de abrir el paraguas para protegerse de la lluvia. De momento, en esa dirección, le daba de espaldas. El cielo era gris; solo se adivinaba, en su blancura, el algodón de alguna nube