Había un crepúsculo amarillento cuando salí a dar una vuelta por la ciudad. En esa parte alejada del centro abundaban las casas de una planta de piedras no calizas, un material que no predominaba en el resto. Por eso me extrañaba ese color amarillo reflejado sobre las piedras sucias y enmohecidas. La calle era muy amplia. Me parecía una gran majada por la cual antaño pasaban rebaños de ovejas en la trashumancia. Gruesas y redondeadas piedras formaban el pavimento. Se tenía que caminar con sumo cuidado para no dar un traspié. La vía finalizaba en una plaza amplia, cuyos edificios seguían manteniendo la misma arquitectura de las casas situadas a ambos lados de la gran avenida. Ese sitio era peligroso. Otras veces me había encontrado pedigüeños molestos que me amenazaban con navajas si no les daba un cigarro o les entregaba algo de dinero. No me gustaba hacer ni una ni otra cosa; no les dejaba acercarse ni los perdía de vista para, en caso de que me atacaran, salir corriendo, por eso ex...