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Entradas

El pelo corto te queda mejor

Había un crepúsculo amarillento cuando salí a dar una vuelta por la ciudad. En esa parte alejada del centro abundaban las casas de una planta de piedras no calizas, un material que no predominaba en el resto. Por eso me extrañaba ese color amarillo reflejado sobre las piedras sucias y enmohecidas. La calle era muy amplia. Me parecía una gran majada por la cual antaño pasaban rebaños de ovejas en la trashumancia. Gruesas y redondeadas piedras formaban el pavimento. Se tenía que caminar con sumo cuidado para no dar un traspié. La vía finalizaba en una plaza amplia, cuyos edificios seguían manteniendo la misma arquitectura de las casas situadas a ambos lados de la gran avenida. Ese sitio era peligroso. Otras veces me había encontrado pedigüeños molestos que me amenazaban con navajas si no les daba un cigarro o les entregaba algo de dinero. No me gustaba hacer ni una ni otra cosa; no les dejaba acercarse ni los perdía de vista para, en caso de que me atacaran, salir corriendo, por eso ex...
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FOSO DE LAVADO

  Las atracciones de feria se sucedían unas detrás de otras en una gran avenida de cachivaches luminosos que llenaban el espacio de sonidos fragmentados, algunos chirriantes. Con todo, se soportaban los ruidos porque las caras alegres de la gente compensaban las molestias. El gentío se repartía entre las tómbolas, las pistas de coches de choque, las tabernas, las norias, los carruseles… En cada una de las atracciones había gente, pero a todas se podía entrar sin necesidad de esperar colas. Probablemente, se estaba llegando al final de las fiestas patronales y todo el mundo estaba agotado. El paseante se desplazaba sin prisa, observando a cámara lenta todo lo que sucedía a su alrededor. Avanzaba y la avenida no acababa. Se asombraba de la extensión infinita de tantas atracciones, dispuestas en dos filas que se prolongaban sin fin. En ese recorrido sintió la ambivalencia que siempre le asaltaba ante el reto de subir a la torre en ruinas, que quedaba a un lado no muy alejado de esa...

Los contenedores

  Es el primero en llegar. Trae un palo debajo de la axila izquierda. Se sienta en el banco a resguardo de una marquesina del aparcamiento que aún está a medio llenar. Se coloca en uno de los extremos, pero no apoya el codo en el posabrazos. Se echa la visera hacia atrás y guarda las gafas de sol. Es menudo y vivaracho. Sus ojos pequeños se escurren de continuo de la órbita como si fueran dos renacuajos en la copa de la mano. Desde el primer momento está inquieto, quizá temiendo ser sorprendido. Sin embargo, cada cierto tiempo deja la mirada fija en la esquina de atrás del supermercado, la parte correspondiente a los almacenes. Comprueba la hora en el móvil. Se impacienta y rebulle en el asiento. Termina por levantarse y dar un paseo, sin alejarse del banco no más de diez pasos. Regresa y vuelve a sentarse. Se echa hacia delante y apoya los antebrazos en las piernas y baja la cabeza, en actitud de pensar. Ese momento de meditación lo calma por un instante, pero la quietud le dura p...

EL MAPA DE ESPAÑA

Cada día desconfío más de mí mismo. Me siento mal. No sé por qué este malestar me ha alterado tanto, pero intuyo que tiene que ver con la sacudida del constructo mental que ha regido mi vida hasta el momento. No es la primera vez que un principio que creía incuestionable se viene abajo fruto de mi inocencia. No voy a repasarlos todos para no abrumar al lector con mis miserias. Me imagino que cada uno tiene las suyas y ha de lidiar con ellas. —¿Me podéis representar el mapa de España? —planteé en la primera ocasión en la que me encontré con dos profesores de Geografía e Historia. Estábamos sentados tomando algo en la terraza del único bar del pueblo, en una de esas pocas tardes en las que los duendes de los antiguos moradores vuelven a reunirse para tratar de no perder las raíces que les conectan con el lugar donde nacieron. La pregunta les dejó perplejos. Con seguridad imaginaron que les estaba metiendo en un atolladero de salida incierta. Primero se lo exigí al que se sentaba a ...

LEYENDA DE LA MUJER DELFÍN

Observé un paraguas negro abierto sobre la arena mientras recorría la playa del Sardinero. Había algunos bañistas tardíos aún en ese inusual otoño primaveral del que disfrutaban en Santander. Supuse que su dueño sería uno de los que se bañaban. Recorrí el arenal y regresé. Al llegar de nuevo a la altura del paraguas, me detuve. Seguía abierto. A su resguardo se hallaban lo que supuse eran unas pertenencias. En ese instante, miré al agua y ya no divisé a nadie. La imagen de ese paraguas solitario me inquietó. No encontraba ninguna explicación relativa a su abandono. Uno de los nadadores no se hallaba lejos. Se había enfundado un albornoz color crema y contemplaba los navíos anclados en alta mar esperando su turno para entrar a puerto. Se trataba de una persona mayor, aunque su cuerpo bronceado mantenía una apariencia atlética. — ¿Sabe de quién es ese paraguas? —le pregunté. Me miró un instante antes de responder, como si en ese breve lapso de tiempo tratara de adivinar la proced...