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Entradas

34. La sinfonía del amor

  No anduvieron mucho trecho antes de entrar en otro bar con el simple nombre de Tal Cual. Allí se encontraron de nuevo con Bárbara y Paloma. Seve se había marchado o le habían dado esquinazo. Se saludaron entusiasmados, aunque no se sumaron a su corrillo por estar acompañadas por un numeroso grupo de estudiantes, entre los que sobresalía un mozo alto con una pelirroja barba que se hallaba concentrado en el ritual de liar un canuto. El Tal Cual era un bar montado apresuradamente aprovechando el momento en el que toda la movida nocturna se trasladó a esa plazuela. Se abrió con lo imprescindible, sin cuidar para nada la decoración, como si esta fuera algo superfluo y de poca importancia, sabiendo sus propietarios que no necesitarían ningún gancho especial para que el público sediento entrara a su barra en ángulo recto. Incluso, el local en forma de estrecho embudo no era muy adecuado para el negocio de las copas, pero no mostraron reparos en comprarlo, dispuestos a hacerse con p...
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32. El mundo de la droga

  Nada más salir a la calle de la caliginosa madriguera en la que se encontraban, al quedarse solo con Chus —Seve, Paloma y Bárbara se habían despedido simplemente dejando caer el nombre del ignoto bar al que se dirigían—, pronto se percató el servidor del Estado de que rozaba los límites del abismo nocturno que se cernía sobre su espíritu, y se sentía desamparado y perplejo de la mano de un personaje turbio y escurridizo en esas lides. Escaleras se hallaba frente a la persona que podría revelar la solución a ese intríngulis, sin temor de que nadie los pudiera interrumpir; no obstante, cierto pavor lo embargaba. Si una ciudad, aunque sea relativamente pequeña como Salamanca, es un laberinto para el forastero, por la noche se transforma, con la oscuridad y las desfiguraciones de la iluminación escasa, en un caos peligroso en el que el foráneo se ve envuelto en un mar de temores, pero, si además tu guía es un explorador de las cloacas, entonces el pánico es un aliado vigilante que ...

31. Expectativas de la carrera de Psicología

  No acababa de apreciar con claridad las demostraciones de cariño de Bárbara y se torturaba con el titubeo de si simplemente se las prodigaba como consuelo o si eran imperceptibles señales de que sentía alguna atracción por él. Se había entregado al destino de lo inmediato y, aunque la duda persistía, había dejado en manos de la muchacha la iniciativa; si a ella le apetecía algo con él, de sobra sabía que no la rechazaría. Se puso de pie y se movió con torpeza al ritmo de una música excesivamente trepidante para sus gustos. A partir de ese momento, la estrategia sería la de no manifestar sus intenciones, incluso la de presentarse como víctima que ha sufrido tanto que ya solo es capaz de reflejar indiferencia ante el sádico torturador, pensando que hipotéticamente este podría arrepentirse de los sufrimientos infligidos. Miraba cómo el decano había abierto brecha en su batalla por acercarse y abordar a Bárbara. De la trinca le llegaba una abstrusa conversación que consiguió unirlos,...

Arena en los ojos

  Cuando alguien es capaz de dormir en la arena a plena luz del día, con el sol mostrando con ímpetu su brío provocador y el bullicio multitudinario aturdiendo el alma de todos, ese ser humano ha de estar poseído de una fatiga infinita, y su único consuelo ha de ser el sueño profundo. Solo, tendido sobre la toalla, rodeado de padres que vigilan que sus hijos no se pierdan, de jóvenes alegres que irradian vida por todos sus poros, de ancianos ansiosos de una conversación interminable. Solo, sin pensar; solo, atrapado en las alucinaciones oníricas que crean un mundo diverso e incontrolado, tan perturbador como la vida que espera nada más que despiertes. Solo, con el ronquido profundo de un mar que se aleja y que vuelve. Solo, notando los espasmos en las piernas, la picazón de unos rayos ardientes en tu piel. Solo, incapaz de despegar los párpados, cuando sientes que el mundo que te rodea te exige que vuelvas a él y le rindas cuentas. Solo, desesperado por no querer salir de ese sue...

EL JERSEY

  Se enredó. Llevaba las llaves de la puerta en una mano, un manojo numeroso. Intentó sacarse el jersey por la cabeza, que ya tenía dentro, pero los brazos se atascaban en los pliegues y dobladuras que impedían que se deslizaran y se desprendieran de la prenda. Ni uno ni el otro. Ninguno podía prestar ayuda al compañero. Mientras, agobiado, sintió que el aire le falta. Suspiró porque estaba en un doble aprieto: atorado por no ser capaz de sacarse el jersey y por no ser sorprendido con algo que no era suyo. En el último instante, nada más salir de una casa ajena, se percató de que estaba cometiendo una tontería de imprevisibles consecuencias. Lucía un jersey que no era suyo. Lo había tomado del armario de su anfitriona sin pedirle permiso, impulsado por el deseo pretencioso de lucirlo. En el momento en que se lo puso no calculó las consecuencias de esta apropiación no autorizada. Salió a dar una vuelta con él puesto. Cuando tomó la decisión de cogerlo, estimó que lo podría devol...

El largo camino a Extremadura

  Ahora quiero comunicar a mis amigos la verdad. No me importó que os fuerais sin mí. Estoy seguro de que no lo hicisteis a propósito. La duda me surge sobre las cavilaciones que mantuvisteis cuando mi ausencia se materializó. Quién de vosotros propuso dar la vuelta, quién se negó, independientemente de los argumentos que unos y otros esgrimisteis. No me importa, porque soy plenamente consciente de que la amistad que nos ha unido, a partir de ahora, ya no podrá llamarse así. No siento amargura ni resentimiento; solo tengo la certeza de que os convertiréis en un recuerdo que no me causará dolor. Seréis, más bien, un conjunto de anécdotas simpáticas, aunque, si la ocasión lo permite, quizá mencione también algunas de vuestras conductas reprobables. En conjunto, los cuatro erais unos amigos estupendos; uno a uno, los comentarios sobre vosotros no serían unánimes. Sin embargo, no es mi intención personalizar, resaltando lo bueno y lo malo de cada uno. Prefiero conservar la armonía del...

El laberinto del páramo

Absorto, fijó su mirada en el camino blanco que ascendía por el valle. La empinada cuesta le supuso un i ntenso esfuerzo al comienzo. La mañana amenazaba lluvia. S olo pretendía dar un paseo para estirar las piernas. Cauto, se arm ó de un paraguas por si arreciaba el aguacero. Antes de alcanzar la cota más alta, a su izquierda se presentó el camino real, cuyo cauce estaba despejado de la maleza que habitualmente lo in vadí a. Cambió de plan: ya no cruza ría la llanura en línea recta hasta alcanzar la fuente. Pensó que, si torcía a la izquierda por la ruta que normalmente no estaba libre , el recorrido sería circular y se adecuaría al tiempo que deseaba dedicar a realizar ejercicio. Siguiendo esa senda, esperaba hallar el camino que unía el pueblo bajo con el pueblo alto. Como era previsible, hubo de abrir el paraguas para protegerse de la lluvia. De momento, en esa dirección, le daba de espaldas. El cielo era gris; solo se adivinaba, en su blancura, el algodón de alguna nube...